Las emociones y sentimientos en el duelo por suicidio
La cascada de emociones y sentimientos es intensa, opresora, difícil de entender y a veces de gestionar.
Es importante darnos a nosotros mismos el permiso para llorar, así como que también lo tengan las personas de nuestro entorno.
En el duelo se tiene que llorar la ausencia de nuestro ser querido sin analizar las razones de su muerte. Sin embargo, esto último es casi imposible en el duelo por suicidio y supone un cansancio psicológico añadido, respecto al proceso de duelo por otro tipo de muertes.
Todo superviviente a la muerte por suicidio llevamos nuestro proceso de duelo de forma única y personal, independientemente de cómo haya ocurrido. No existe un plazo concreto de tiempo, cada persona necesita el suyo y debe ser respetado por los demás.
La culpa
La presunción de culpa hacia los supervivientes de una muerte por suicidio por parte de la sociedad es todavía muy significativa y devastadora en algunos contextos. Sin embargo, y desafortunadamente nosotros, los supervivientes,somos a menudo nuestros propios “jueces implacables” a través de todos los “porqués” que nos planteamos: ¿por qué lo hizo? ¿por qué no lo vimos? ¿por qué no lo evitamos?…
El sentimiento de culpa que sentimos “por algo” que se dijo o se hizo y que podíamos haberlo hecho de otra manera, es un sentimiento normal que aparezca en la mayoría de los suicidios.
Después de un suicidio analizamos los hechos que condujeron a esta persona a tomar aquella decisión. Lo hacemos de forma repetida, recreamos sin parar los pequeños detalles de lo que creemos o pensamos que debió de ser la secuencia cronológica de sus últimas horas, minutos y segundos de su vida. Continuamente imaginamos diferentes escenarios para recrear diferentes finales y cómo, en el fondo pensamos que podíamos haberlo evitado.
Pero, por más que lo intentemos, no conseguiremos entender las razones que le llevaron a quitarse la vida.
Los padres que hemos perdido un hijo por suicidio sentimos que hemos hecho algo mal, así como sus hermanos y hermanas. Si la pérdida por suicidio es una de las pérdidas más dura que hemos de vivir, al suicidio de un hijo se le añade la muerte antinatural o a destiempo, y la desaparición abrupta e incomprensible de toda una vida y proyectos de futuro.
El duelo por el suicidio de un hijo puede ser de los más trágicos y complicados de gestionar psicológicamente, que altera de forma irremediable nuestro contexto personal e individual, como el familiar.
La familia, padres e hijos, nos sentimos responsables de cualquier estrés situacional o conflicto que haya tenido una supuesta influencia en el suicidio de aquella persona.
La vergüenza, la rabia
Es frecuente el sentimiento de vergüenza que nos lleva a no querer hablar de las circunstancias de la muerte. Algunos de nosotros necesitamos mucho tiempo para pronunciar la palabra suicidio.
El sentimiento de vergüenza y el estigma sobre lo que otras personas pensarán negativamente sobre la familia o el entorno de nuestro fallecido puede llevarnos a un sentimiento de soledad que hace, que evitemos la compañía. Es normal sentir rabia y enfado hacia la persona que nos abandonó y hacia todos los que han podido contribuir, de forma directa o indirectamente, en esta acción tan desesperada.
La rabia es un sentimiento pasajero, que nos arranca de la resignación. Su intensidad irá disminuyendo poco a poco, durante nuestro proceso de duelo.
Si la persona fallecida era una persona depresiva o había realizado varios intentos de suicidio es natural que sintamos al mismo tiempo sentimientos aparentemente contradictorios: por un lado una gran tristeza por su pérdida, pero también un alivio porque todo ha terminado; ya no habrá que preocuparse más porque lo peor, lo más temido, ya ha pasado.
Convivir durante años con una persona que ha sufrido tanto, es una experiencia muy dolorosa para todas las personas allegadas.